La vigencia emblemática
Manuel García Estrada*
Dejé pasar los días, los artículos de fondo y las notas ofrecidas por la prensa para poder inhalar profundo y escribir describiendo los que significa también 1968 para quienes somos hijos directos de la generación que tomó las calles y resiste levantando la voz de la razón.
No es cosa simple crecer entre hombres y mujeres que bajo cualquier circunstancia y con caminos de vida dispares en economía y credo hacían de la masacre de Estado su coyuntura de debate. No es igual crecer entre solamente el fútbol y el ver a un policía o a un soldado como elemento represivo, no es igual crecer viendo al “señor” presidente que a los cómplices de la impunidad del genocida Echeverría.
La mente tocada por la exigencia de libertad desde temprano creo que hace que el mundo sea diferente, se es incrédulo y escéptico de entrada ante cualquier discurso; se cuestiona, se critica, se analiza… y se vuelve a no creer. Es así de simple, por ello aunque pasaron 40 años la misma institución del gobierno permanece defendiendo al asesino de muchachos venidos de abajo y de en medio de una sociedad que ya deseaba ser moderna y que mediáticamente la sumieron en la nada, pero la verdad siempre se abre camino y los puños al aire de la esperanza se mantienen firmes.
La tarde del 2 de octubre de 2008 saludé a los que son compañeros de quienes me concibieron; los noté más canosos, más arrugados pero valientes, ellas iban muy arregladas, bellas eternas estas jóvenes del 68 que también llegaron con sus hijos. Nos mirábamos de reojo todos, como si entendiéramos que justamente no somos los únicos que crecimos con ideales comunes que esos, por cierto, no se arrugan.
Se reveló en la vanguardia de la marcha de aniversario el general Gallardo, luego el “Monsi”, ahí estaba Álvarez Garín, Pablo Gómez, la guapa abanderada Mirtocleya y las docenas de ex brigadistas con sus ex coordinadores. Algunos de pelo pintado y ya en el Ángel algunos muy cansados, pero cada vez que nos deteníamos a respirar un poco escuchaba la consigna de aquel entonces “Ho-Ho-Ho-Chi-Min… LEA LEA chin-chin-chin” y otra vez había que caminar.
Hacíamos valla los hijos de 68, los que aprendimos a escuchar a Óscar Chávez mientras la tele a fuerza nos metía a Timbiriche, los que leíamos a Scherer y el cine te hacía ser jedi. Extraña mezcla esa la que tenemos los que nunca hemos visto a un presidente como sagrado y sabemos creyendo o creemos sabiendo que aún no llega la verdadera democracia.
Después de este aniversario, de ver a estos canosos emblemáticos, me quedó claro que efectivamente la lucha sigue, que realmente es combativa y que genuinamente es de todos. Ya no me preocupa ser un hijo de esta generación, me ocupa alcanzar los objetivos de quienes en medio de un régimen brutal desafiaron lo establecido sin saber que sus ideales se hicieron nacionales y sus actos hechos históricos. Y créanme, no pasarán otros 40 años para alcanzarlos.
Dejé pasar los días, los artículos de fondo y las notas ofrecidas por la prensa para poder inhalar profundo y escribir describiendo los que significa también 1968 para quienes somos hijos directos de la generación que tomó las calles y resiste levantando la voz de la razón.
No es cosa simple crecer entre hombres y mujeres que bajo cualquier circunstancia y con caminos de vida dispares en economía y credo hacían de la masacre de Estado su coyuntura de debate. No es igual crecer entre solamente el fútbol y el ver a un policía o a un soldado como elemento represivo, no es igual crecer viendo al “señor” presidente que a los cómplices de la impunidad del genocida Echeverría.
La mente tocada por la exigencia de libertad desde temprano creo que hace que el mundo sea diferente, se es incrédulo y escéptico de entrada ante cualquier discurso; se cuestiona, se critica, se analiza… y se vuelve a no creer. Es así de simple, por ello aunque pasaron 40 años la misma institución del gobierno permanece defendiendo al asesino de muchachos venidos de abajo y de en medio de una sociedad que ya deseaba ser moderna y que mediáticamente la sumieron en la nada, pero la verdad siempre se abre camino y los puños al aire de la esperanza se mantienen firmes.
La tarde del 2 de octubre de 2008 saludé a los que son compañeros de quienes me concibieron; los noté más canosos, más arrugados pero valientes, ellas iban muy arregladas, bellas eternas estas jóvenes del 68 que también llegaron con sus hijos. Nos mirábamos de reojo todos, como si entendiéramos que justamente no somos los únicos que crecimos con ideales comunes que esos, por cierto, no se arrugan.
Se reveló en la vanguardia de la marcha de aniversario el general Gallardo, luego el “Monsi”, ahí estaba Álvarez Garín, Pablo Gómez, la guapa abanderada Mirtocleya y las docenas de ex brigadistas con sus ex coordinadores. Algunos de pelo pintado y ya en el Ángel algunos muy cansados, pero cada vez que nos deteníamos a respirar un poco escuchaba la consigna de aquel entonces “Ho-Ho-Ho-Chi-Min… LEA LEA chin-chin-chin” y otra vez había que caminar.
Hacíamos valla los hijos de 68, los que aprendimos a escuchar a Óscar Chávez mientras la tele a fuerza nos metía a Timbiriche, los que leíamos a Scherer y el cine te hacía ser jedi. Extraña mezcla esa la que tenemos los que nunca hemos visto a un presidente como sagrado y sabemos creyendo o creemos sabiendo que aún no llega la verdadera democracia.
Después de este aniversario, de ver a estos canosos emblemáticos, me quedó claro que efectivamente la lucha sigue, que realmente es combativa y que genuinamente es de todos. Ya no me preocupa ser un hijo de esta generación, me ocupa alcanzar los objetivos de quienes en medio de un régimen brutal desafiaron lo establecido sin saber que sus ideales se hicieron nacionales y sus actos hechos históricos. Y créanme, no pasarán otros 40 años para alcanzarlos.
*Presidente de la Asociación de Creadores para el Desarrollo Social.

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